NOVIEMBRE: DE FLORES, VIDA Y MUERTE A LA VEZ

Texto y foto Alejandro Alarcón Zapata/ Otra Mirada

A los Santos y a los muertos se les llama con los sentidos; nos comunicamos con velas y flores para la vista; copal y juncia para el olfato; campanas, cantos, llantos, risas y rezos para el oído; de comer, de fumar y de beber para el gusto; sólo el tacto, su ausencia, es que nos recuerda que están en otro mundo; aún sabiendo esto, el primero de noviembre hemos de festejar con los difuntos, en los panteones y en las casas.

En Chiapas, como en todo México, en noviembre se despliega el color, esta extraña, a ojos de otros lados, relación con la muerte, que además es fiesta y tradición enraizada, mezcla cultural indígena y española, que llora y se ríe con la fatalidad hecha calavera, que adquiere en los pueblos mayas tsotsiles de Los Altos una expresión única, sincrética, una explosión de colores y sentimientos comunes y comunitarios, sorprendentes.

En San Juan Chamula y Zinacantán, así como en la mayoría de las comunidades mayas tsotsiles, el mero día de Los Muertos, K´ Santo, es el día primero de noviembre.

El cementerio de Romerillo,  todo el año es silencioso y tranquilo, de vez en cuento revive cuando alguien muere, pero el día de los muertos despierta desde temprano, junto con sus residentes, que vienen a convivir con su familia y desde la colina del camposanto, mirar la feria.

El panteón de San Sebastián, en el sur de la cabecera de San Juan Chamula estalla de fiesta, decenas de grupos musicales, amenizan los rezos, la comida y el tomar trago. Algo extraordinario por el bullicio, el color de las flores y las tumbas, y las cruces, que dan rumbo a vivos y muertos en sus viajes y movimientos. 

Las cruces con puntas redondeadas, son prehispánicas, representan el sagrado sentido de la ubicación, los árboles que sostienen el universo, y la planta del maíz que da vida y muere. 

Al morir el día primero de noviembre, las campanas de la iglesia principal sonarán sin parar, recordando a los difuntos que es hora de volver al «lugar de los huesos ardientes» y que por ningún motivo se pueden quedar del lado de los vivos.

Los dos panteones de San Lorenzo Zinacantán también se llenan de vida el día primero, las vestimentas floridas, tristezas y alegrías, y eso sí, de ofrendas y flores, y más flores, pues los zinacantecos son floricultores y las zinacantecas maestras tejedoras. Al final del día la ofrenda de todos a los muertos se junta en el atrio de la iglesia y se comparte entre la comunidad. Una muestra de colectividad extraordinaria.

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